El ser humano tiene ciertas necesidades espirituales, como es el conocimiento y el aprecio por haber realizado bien una tarea. Hoy sabemos hasta que punto esta necesidad repercute en la productividad del trabajo. Unos de estos estímulos, ya clásico, se realizó el primer cuarto de siglo en las factorías de una importante empresa norteamericana de electrodomésticos. En el curso del experimento se le facilitaron a los trabajadores unos test cuyas respuestas se pretendía conocer su opinión sobre el puesto de trabajo, las relaciones con sus compañeros y un superiores, y la empresa en general.
La primera sorpresa que experimentaron los autores del cuestionario y la propia dirección de la empresa fue que, a pesar de la escasa representatividad de los resultados, la simple realización de la encuesta contribuyó a potenciar la productividad. Para eliminar toda duda, el equipo de psicólogos decidió realizar una serie de experimentos complementarios, consistentes en maniobrar las variables testadas, como aumentar y reducir consecutivamente la potencia de iluminación, el tiempo de descanso, la temperatura ambiente, los niveles de tolerancias de la comunicación, etc. Comprobaron con gran asombro que, con independencia de los cambios que realizaron en el entorno, el aumento de productividad se mantenía. Por último, decidieron interrogar a los obreros para saber la causa de aquel comportamiento tan atípico. "Es que tenemos otras cosas importantes en que pensar, en lugar de preocuparnos por esas pequeñeces, fue la respuesta casi unánime.
Ninguno sabía decir cuáles eran esas "Cosas Importantes", pero lo cierto era que ellos se sentían ahora importantes, "Distintos" de los demás. Se sentían seres humanos, no simples engranajes de un sistema de producción impersonal. El simple hecho de que "Los jefes" se hubiesen preocupado por sus condiciones de trabajo les hacia sentirse dignificados y ennoblecidos, como miembros respetados de la organización, por el cual las reivindicaciones laborales y las quejas pasaron a un segundo plano. Su trabajo se les antojaba, de repente, mucho más ameno e interesante, y este entusiasmo se hizo contagioso. Habían adquirido un cierto estatus.
Lo que esta antigua experiencia nos enseña es el papel fundamental que juega la dirección contribuyendo a la satisfacción en el puesto de trabajo. El director de una empresa puede colaborar decisivamente a crear en sus subordinados esa satisfacción con su trabajo, ese sentimiento de valoración, que tanto favorece a la productividad. Todo depende de la filosofía que impregne su actuación en materia de selección, capacitación, disciplina, relaciones jerárquicas, información, formación en el puesto de trabajo, promoción y retribución.
No debemos olvidar que, ante todo, es preciso motivar al personal mediante una correcta evaluación de su esfuerzo y un reconocimiento franco de sus capacidades, que satisfagan sus anhelos de sentirse considerado e integrado a la empresa como un colaborador importante. De otro modo es bastante difícil que el empleado dé lo mejor de si mismo, pues el hombre sólo avanza movido por impulsos positivos, no cuando se la humilla recordándole exclusivamente sus puntos débiles.
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